lunes, 21 de septiembre de 2009

Liturgia Eucarística Romana: Fracción, conmixtión y “Pax Domini”.

Según el rito codificado por San Pío V y presente aún en el Misal Romano hasta la edición de 1962, cuando el celebrante pronuncia el “Per eundem Dominum” toma la forma y la divide encima del cáliz en tres partículas. Dos de ellas las coloca sobre la patena y con la tercera traza tres cruces sobre el cáliz diciendo en voz alta: “Pax Domini sit semper vobiscum”. A continuación la deja caer en el cáliz con las palabras “Haec commixtio” (que esta mezcla y consagración del cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo nos sirva, al recibirla, para la vida eterna. Amén)
Tenemos pues tres acciones distintas: la fracción, la consignatio (tres cruces) y la conmixtión. La fracción y la conmixtión se recitan en silencio. Pero no así la “consignatio” que se recita en voz alta. Siguiendo como sigue muy poco después el ósculo de la paz, se puede imponer la sospecha de que las palabras “Pax Domini” estuvieron relacionadas originariamente con la ceremonia del beso de la paz. Tesis que estaría confirmada por el testimonio de San Agustín que atestigua come respuesta el “Et cum spiritu tuo”. (Serm. 227 PL 38; Enarr. in salm. 124,10 PL 37).
Sin embargo, al hablar de la primera conmixtión (capítulo 30) mencioné el “fermentum”, que en las misas no papales substituía al “sancta”. Se trataba de una partícula que el papa, o en sus respectivas sedes, los obispos enviaban los domingos a los sacerdotes de su ciudad episcopal que no podían asistir a la misa del obispo por atender a la cura de almas en sus parroquias. Los portadores del fermentum eran los acólitos.
Hasta el siglo VIII se mantuvo con todo rigor el principio de la única eucaristía los domingos: es decir, toda la comunidad cristiana debía reunirse alrededor de su pastor en el día del Señor. Pero cuando se trataba de una ciudad grande que hacía imposible la asistencia de todos los fieles a a una misma misa, se permitían varias; pero para no abandonar el principio de una eucaristía única, el obispo mandaba antes de su misa una partícula a los sacerdotes a quienes aquel domingo daba permiso para celebrar. Esta partícula la echaban al sanguis inmediatamente después del embolismo trazando sobre ellas tres cruces sobre el cáliz diciendo el “Pax Domini”. Lo mismo se hacía cuando celebraba un obispo el culto estacional de Roma en vez del Papa. Representaba pues, el “Pax Domini”, la unidad del sacrificio y el carácter de la eucaristía como vínculo de caridad y unión. Así pues el “Pax Domini” no fue tanto una invitación al ósculo de la paz sino una bendición para la conmixtión, con un deseo de unidad y paz para toda la Iglesia.
La supresión de la consignatio en la reforma del 69 y el traslado del “Pax Domini” como saludo al pueblo antes de invitarle al ósculo de la paz han hecho olvidar su genuino significado. El traslado de la apología (Domine Jesu Christe, qui dixisti Apostolis tuis…Señor Jesucristo que dijiste a los Apóstoles la paz os dejo, mi paz os doy..) justo después del embolismo y su actual aclamación cristológica, elevando sustancialmente esta oración de rango, resulta cuanto menos paradójica. No resulta extraño que el cardenal de Malinas-Bruselas, Cardenal Godfried Danneels en la ponencia conclusiva del Congreso Internacional de Liturgia de Barcelona el 5 de septiembre, propugnara la abolición de todas las apologías que aún quedaron en el Misal Romano tras la reforma de 1969 o que muchos sacerdotes, omitiendo el embolismo y la apología “Señor Jesucristo” pasen directamente desde el Padrenuestro al “Pax Domini” como invitación al rito de la paz.
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La modificación de la fórmula “Fiat commixtio”: introducción del pan ázimo y supresión de la comunión del pueblo.
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Al preparar la reforma del misal en el concilio tridentino se manifestaron reparos teológicos a la fórmula existente para la conmixtión: “Fiat commixtio et consecratio corporis de sanguinis D.N.I.Ch, accipientibus nobis in vitam aeternam. Amen” (Que se haga conmixtion y consagración de la sangre con el cuerpo de N.S.J.C…)
Se referían estos reparos a la palabra “consecratio” y la posición del verbo (fiat) en la frase. Se suponía que todos entendían que no se trataba de una nueva consagración, pero por una parte parecía que el cuerpo y la sangre de Cristo no se unían sino en esta conmixtión, o sea que Cristo no existía antes entero en cada una de las especies. Así lo interpretaban los utraquistas, partido moderado de los herejes checos del siglo XVI, los husitas, que en el fondo pedían la comunión “in utraque specie” como manera de abolir el privilegio reservado al clero de comulgar con las dos especies.
Por otra parte, por consideración a la antigüedad de la fórmula, no querían cambiarla del todo. Y así, se contentaron con un compromiso, poniendo el “fiat” después del sujeto de la frase, con lo cual se modificó notablemente su sentido. Ya no es “hágase” sino “nos sirva”.
Pero,¿que era la “consecratio”? No la transustanciación, sino la preparación del cáliz para la comunión del pueblo. Consistía en echar algunas gotas del sanguis en un cáliz que contenía vino, pues la comunión del pueblo no se usaba el sanguis, sino vino mezclado con sanguis y la partícula que el Papa había puesto en el sanguis en la segunda conmixtión.
Para tal fin, el diácono mediante un colador en forma de cuchara, sacaba antes esta partícula del cáliz del Papa. La consecratio pues tenía lugar en este momento. La razón de tal modo de proceder sería la preocupación por conservar el principio de consagrar en cada sacrificio eucarístico un solo cáliz como símbolo de unidad del sacrificio. Además, no podemos desconocer que de este modo se les hacía más fácil transigir con el peligro de profanación al derramar algo del contenido del cáliz.
En el siglo IX se introdujo el uso del pan ázimo y aunque al principio seguían consagrando “panales” enteros (panes con las celdas marcadas, que luego partían) no tardaron en caer en la cuenta de que era más práctico preparar de antemano las partículas. Por lo demás, con la poca frecuencia de la comunión del pueblo, aún sin estos cambios, el rito de la fracción general había ido perdiendo gran parte de importancia y solemnidad. La fracción se hacía únicamente con la forma del celebrante que se dividía en tres partes mediante una doble fracción. De la primera fracción se hacía una partícula que ya no se conservaba para la próxima misa sino que se echaba en el cáliz. El resto de la forma se dividía aún en dos partes, una para la comunión del celebrante y otra para el viático de los enfermos.
Suprimida pues, la comunión del pueblo con la “consecratio” (mezcla) de vino, sanguis y partícula, la fórmula pasó a la conmixtión del corpus y el sanguis después de la primera fracción, la inmediatamente posterior al embolismo. Con el tiempo además, terminó indicando la terminación y perfección del sacramento al unirse ambas partes del mismo, expresando así la unidad de Cristo y su sacrificio.
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Próximo capítulo: El Agnus Dei y el Ósculo de la Paz.
Extraído de Germinans Germinabit.

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