Como anunciaba el capítulo anterior, transcribo a continuación la anáfora de San Hipólito, escrita en Roma con toda probabilidad hacia el año 215 en lengua griega, lengua litúrgica de la Iglesia Romana hasta entonces. He aquí el texto:
“El Señor esté con vosotros
Y contigo
Levantemos los corazones
Los tenemos en el Señor
Demos gracias al Señor, Dios nuestro
Es cosa digna y justa
Gracias te damos, ¡oh Dios! Por medio de vuestro amado Hijo Jesucristo, a quien nos enviasteis en estos últimos tiempos como Salvador, Redentor y Nuncio de vuestra voluntad, el cual es vuestro Verbo inseparable, por quién Vos hicisteis todas las cosas, y en quién pusisteis vuestras complacencias.
Lo enviasteis del cielo al seno de una Virgen, donde tomó carne por obra del Espíritu Santo, nació de la Virgen y se reveló como vuestro Hijo.
El cumplió vuestra voluntad y os conquistó un pueblo santo; y para librar del castigo a los que en Vos creyeron, extendió los brazos al padecer.
El cual, al salir espontáneamente al encuentro de su Pasión, a fin de desatar los lazos de la muerte y de romper las cadenas del diablo, de aplastar al infierno, de llevar luz a los justos, de dar el último complemento a la creación y de revelar el misterio de la Resurrección…
“tomando el pan y dándoos gracias dijo: Tomad y comed: ESTO ES MI CUERPO QUE POR VOSOTROS SERÁ QUEBRANTADO.
Del mismo modo, tomó el cáliz diciendo: ESTA ES MI SANGRE QUE POR VOSOTROS ES DERRAMADA; cuando esto hiciéreis, hacedlo en memoria mía”
Acordándonos pues, de su muerte y resurrección, os ofrecemos el pan y el cáliz, dándoos gracias por habernos hecho dignos de estar en tu presencia y de servir.
Os rogamos pues, que enviéis vuestro Espíritu Santo sobre la oblación de la Santa Iglesia. Reuniéndolos como en un solo cuerpo, conceded a todos vuestros santos que sean confirmados en la fe verdadera, a fin de que os alabemos y glorifiquemos por medio de vuestro Hijo Jesucristo, por el cual es dada gloria a Vos, Padre, Hijo con el Espíritu Santo, en vuestra Santa Iglesia ahora y por los siglos de los siglos. Amén.”
BOTTE,B. Hippolyte de Rome, “Sources Chretiennes” II , Paris 1946.
Todos los grandes autores defienden la tesis de la continuidad literaria entre esta anáfora y nuestro canon romano, aunque falten documentos hasta el siglo VIII, en que aparece con algunos pocos retoques por primera vez nuestro canon y prefacio actuales. Un examen crítico nos permite remontar al siglo VI y hasta para algunos pormenores al V. ¡Lástima que la época en que se formó definitivamente nuestro canon, es decir los siglos IV al VI, esté envuelta para nosotros en tanta oscuridad! Lo único que sabemos con certeza es que en el siglo IV existía ya parte del actual canon, pues se cita una frase de la oración “Supra quae” en un documento de aquel siglo y San Ambrosio reproduce en su “De Sacramentis” (IV 5 ss.) desde el “Quam oblationem” con la consagración, el “Unde et memores” y el “Supplices te”.
Además una carta del papa Inocencio I al obispo Decencia de Gubbio, del año 416 nos dice que por entonces se introdujo la costumbre de poner los nombres de los oferentes en el canon, o lo que es lo mismo, nos da cuenta del origen de los Mementos.
Podemos afirmar pues que a fines del siglo V existía ya el canon en una forma muy semejante a la nuestra. Las modificaciones posteriores se deben principalmente a San Gregorio, que revisó la redacción del Hanc Igitur y las dos listas de santos y puso el Paternóster en el sitio que actualmente ocupa.
Los apelativos más antiguos con que se cita el Canon Romano son “Eucharistía” en el sentido primitivo de acción de gracias, o simplemente “oratio” o “prex”. A veces se llama “predicatio” o “actio”. En un manuscrito del Gelasiano, todo este conjunto viene encabezado “Incipit canon actionis”: empieza el canon de la acción.
Y la pregunta que fácilmente nos viene a la cabeza es: ¿cómo se explica que este conjunto considerado como un todo se haya escindido en prefacio y canon?
La solución hay que buscarla en el periodo en el que los francos adoptaron la liturgia romana. La mentalidad de aquella clase rectora estaba formada en las antiguas tradiciones galicanas, que como sucedía en nuestra misma liturgia hispánica, no conocían el canon, es decir el conjunto invariable de oraciones que forman la solemne oración eucarística. Así nos lo revelan los escritos de San Isidoro que prestan un fuerte apoyo a la concepción antigua, es decir un conjunto de oraciones aisladas y distintas en cada formulario, que Isidoro llamó “oratio sexta” que según él empieza después del Sanctus y termina antes del Paternóster.
Cuando los francos acostumbrados a esta división, adoptan la liturgia romana, ven que la parte correspondiente en la misa romana a la oratio sexta era prácticamente invariable, en cambio no se fijan en que era mucho más extensa y comprendía también la oratio cuarta isidoriana, es decir, lo que hay antes del Sanctus, véase el prefacio. Y como prefacio significaba para ellos prólogo, es decir algo previo y variable en los antiguos sacramentarios como el Leoniano que reportaba más de 200 fórmulas, lo separan del canon.
Aún encontramos otra posible razón: en el primer Ordo Romanus (Patrologia Latina 35, 2329) leían que el obispo, después del Sanctus “se levanta y solo entra al canon”. Estrictamente esto significa que el celebrante continua solo la recitación del canon, pero para ellos era una alusión a que entraba solo en el “sancta sanctorum” de la plegaria eucarística, y además como por influencia de la abolida liturgia galicana empezaron a recitar en voz baja la secreta, creyeron con más razón debía recitarse de este modo la plegaria eucarística.
Otro elemento que sin duda también benefició esta separación fue que después del Sanctus, y según la antigua tradición romana, el celebrante no cantaba la plegaria eucarística sino que la recitaba con tono sencillo de lección. A esto se añadía la imposibilidad práctica, sobre todo a una cierta edad en la cual yo mismo me incluyo, de cantar todo el canon.
Todas estas razones pues, contribuyeron a que se desglosara el prefacio del canon.
A partir de este momento el canon empezó a ser considerada como oración vedada a los seglares durante más de un milenio, prohibiéndose la traducción de los textos de la misa en lengua vulgar. Prohibición renovada por última vez por Pío IX en 1857, aunque sin urgirse su cumplimiento. Con ocasión de la revisión del Índice de los libros prohibidos por León XIII en 1897 se prescindió de aquella prohibición.
Esta división entre prefacio y canon repercutió hasta en la manera de presentar ambas oraciones en los misales. A partir de un cierto momento (algunos manuscritos del siglo VIII) la T del “Te igitur” aparece lujosamente adornada e iluminada con miniaturas hasta convertirse finalmente en la cruz que fue apareciendo en todos los misales y que separaba el Sanctus del “Te igitur”.
Al mismo tiempo de esta ornamentación de la T, desaparece hasta no dejar rastro a fines de la Edad Media, aquella señal, abreviatura y adorno al mismo tiempo, que los manuscritos ponían antiguamente al principio del prefacio: la V y la D del Vere Dignum del prefacio y que fue el último vestigio de la primitiva y antigua concepción de la plegaria eucarística como conjunto de todas las oraciones comprendidas entre el Dominus vobiscum del prefacio y el “Per omnia saecula saeculorum. Amen.” antes del Padrenuestro.
El último escrito medieval que considera esa unidad es el “De actione missae” de Floro Diácono, del siglo IX. (PL 119, 15-102).
Próximo capítulo: "El prefacio".
Extraído de Germinans Germinabit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario