La parte de la liturgia que trata de la oraciones se llama eucología (euché = oración y logos = tratado). Eucología es pues, la ciencia que estudia las oraciones y las leyes que regulan su composición. Si la oración litúrgica tiene unas características, es natural que para crear nuevas oraciones se mantengan esas características. También se llama eucología, en un sentido menos propio, al conjunto de las oraciones contenidas en un libro litúrgico, sea misal u otro ritual.
Entre los siglos IV y V, un poco después de cristalizar en fórmulas fijas las oraciones que hasta entonces se habían dejado a inspiración de cada celebrante, debió darse con toda probabilidad un breve periodo en el que, en lugar de las desaparecidas “oraciones solemnes” decía el celebrante, después del evangelio, una oración parecida a la colecta, en que encomendaba a Dios las oraciones del pueblo. Es la fórmula primitiva de nuestra “oración sobre las ofrendas” del Novus Ordo Missae de 1969 (oratio super oblata).
Su evolución fue más o menos la siguiente: La entrega de las ofrendas que se hacía antes de la misa o en otros lugares, antes de la Solemne Oración Eucarística, pasó a tenerse con regularidad entre el “Oremus” de las plegarias de los fieles y la oración mencionada. Se mezclaron pues las preces o plegaria de los fieles y la oración al final de las ofrendas. Al final las preces quedaron sustituidas por las ofrendas del pueblo. Este nuevo tipo de oración sacerdotal, no obligatoriamente de tono oblativo pues recogía también las intenciones o preces de los fieles, se llamó “oratio super oblata”, oración que se reza sobre las ofrendas para pedir a Dios que las mire con agrado. La expresión “oratio super oblata” es muy interesante pues relaciona la oración con las ofrendas pero evitando llamarla oración oblativa: el sacerdote al no mencionar en ella la propia ofrenda sino solo las oblaciones del pueblo, no tiene por qué ofrecerlas. Lo único que hace es rogar a Dios que no desprecie estas ofrendas del pueblo. Pero como el celebrante tenía delante su propia ofrenda, era natural que al rezar esta oración incluyera su intención, juntamente con la del pueblo, sin que tuviera que esperar hasta la Solemne Oración Eucarística. Fue la época en que se compusieron la mayor parte de las fórmulas antiguas, conservadas invariables desde San Gregorio Magno a través del Misal de San Pío V hasta el actual Misal de Pablo VI. Más o menos.
Durante la antigüedad el celebrante cantaba o recitaba la oración en voz alta. Con la adopción del rito romano por los francos se fue formando todo un ceremonial de preparativos y ofrecimiento previo de las materias sacrificiales; y entonces nuestra oración estaba de sobra. Por de pronto, quedó enteramente separada de la entrega procesional de ofrendas a que pertenecía primitivamente. Este aislamiento se acentúo cuando terminó por desaparecer la entrega procesional. Pero no suprimieron la oración, sino que la mantuvieron como reliquia venerable de la antigua liturgia romana.
Pero sufrió cambios notables en su forma exterior: se equiparó a las demás oraciones del ofertorio, recitándola en voz baja, convirtiéndola en cierto modo en una plegaria privada de uso particular del celebrante. Al mandar que la oratio super oblata se dijera en secreto empezó a llamarse “secreta”, obedeciendo a la tendencia de la abolida liturgia galicana a ocultar con el velo del misterio las oraciones después del ofertorio. Son tendencias que provienen de Oriente, donde se había manifestado ya en el siglo VI cuando, como ejemplo revelador, el emperador Justiniano en el año 564 prohibió que se rezase en voz baja la oración eucarística. Pero la tendencia existía. La misma tendencia que más tarde (siglos IX y X) llevó finalmente a la recitación en voz baja del mismo canon. Por eso, por rezarse en silencio la secreta lo mismo que el canon, empezaron a considerar dicha oración como principio de la oración eucarística, a pesar de que entre ambas estaba el prefacio, considerado también por entonces prólogo del canon.
Finalmente, con la reforma litúrgica de 1969 la secreta pasó a llamarse de nuevo “oratio super oblata”. Lo malo que es ahora debía coexistir con la oración sacerdotal después de las plegarias de los fieles y sin cumplir todo lo que la oración en sí misma suponía: llevar los fieles una ofrenda material al altar. Al menos en la práctica no siempre. Pero no es difícil aplicarla a nuestras ofrendas espirituales, que hemos de hacer todos, para pedir a Dios las bendiga antes que las ofrezcamos definitivamente con el sacrificio de Cristo en la consagración.
También encaja con nuestro ambiente el pedir la intercesión de los santos para pedir que nuestra ofrenda sea aceptable a Dios y, mejor aún, demandar la debida disposición al alma para ofrecer el sacrificio. Estas “oraciones sobre las ofrendas” se prestan a rezarlas con devoción pidiendo a Dios no sólo que acepte nuestros propósitos y sacrificios sino que del mismo modo baje sobre nosotros la plenitud de su bendición. Es el pensamiento de los “gloriosa commercia” que tantas veces encontramos en estas oraciones. La disposición en la segunda edición típica del Novus Ordo Missae de que los fieles ya estén en pie en el momento de recitarla me parece muy acertada, pues recuerda que fue en la antigüedad una oración de los fieles y sobre las ofrendas de los fieles. De esta manera en el Misal del 69 desaparece la “ekfónesis” aún vigente en el Misal del 62 que obliga a los fieles a ponerse en pie en el momento del “Per omnia saecula saeculorum. Amen” es decir, el precepto de levantarse en el momento en el que el celebrante levanta la voz a estas palabras (ekfónesis), procedimiento que se continúa usando por la razón arqueológica de conservar un poco el carácter de oración publica de la “secreta”. Al final en el misal del 62 esta “ekfónesis” constituirá un término medio entre dos tendencias, la conservadora y la abierta a nuevas concepciones y métodos. Aunque tan razonable solución acarrea un grave inconveniente: como a la ekfónesis “per omnia saecula saeculorum. Amen” le sigue inmediatamente el Dominus vobiscum del prefacio, incluso musicalmente unida a él, se borra así completamente la línea de separación entre el final del ofertorio y el comienzo de la plegaria eucarística, con la consiguiente paradoja de comenzar, en la práctica, el prefacio con una auténtica y característica fórmula final: “Por todos los siglos de los siglos. Amén.”
Entre los siglos IV y V, un poco después de cristalizar en fórmulas fijas las oraciones que hasta entonces se habían dejado a inspiración de cada celebrante, debió darse con toda probabilidad un breve periodo en el que, en lugar de las desaparecidas “oraciones solemnes” decía el celebrante, después del evangelio, una oración parecida a la colecta, en que encomendaba a Dios las oraciones del pueblo. Es la fórmula primitiva de nuestra “oración sobre las ofrendas” del Novus Ordo Missae de 1969 (oratio super oblata).
Su evolución fue más o menos la siguiente: La entrega de las ofrendas que se hacía antes de la misa o en otros lugares, antes de la Solemne Oración Eucarística, pasó a tenerse con regularidad entre el “Oremus” de las plegarias de los fieles y la oración mencionada. Se mezclaron pues las preces o plegaria de los fieles y la oración al final de las ofrendas. Al final las preces quedaron sustituidas por las ofrendas del pueblo. Este nuevo tipo de oración sacerdotal, no obligatoriamente de tono oblativo pues recogía también las intenciones o preces de los fieles, se llamó “oratio super oblata”, oración que se reza sobre las ofrendas para pedir a Dios que las mire con agrado. La expresión “oratio super oblata” es muy interesante pues relaciona la oración con las ofrendas pero evitando llamarla oración oblativa: el sacerdote al no mencionar en ella la propia ofrenda sino solo las oblaciones del pueblo, no tiene por qué ofrecerlas. Lo único que hace es rogar a Dios que no desprecie estas ofrendas del pueblo. Pero como el celebrante tenía delante su propia ofrenda, era natural que al rezar esta oración incluyera su intención, juntamente con la del pueblo, sin que tuviera que esperar hasta la Solemne Oración Eucarística. Fue la época en que se compusieron la mayor parte de las fórmulas antiguas, conservadas invariables desde San Gregorio Magno a través del Misal de San Pío V hasta el actual Misal de Pablo VI. Más o menos.
Durante la antigüedad el celebrante cantaba o recitaba la oración en voz alta. Con la adopción del rito romano por los francos se fue formando todo un ceremonial de preparativos y ofrecimiento previo de las materias sacrificiales; y entonces nuestra oración estaba de sobra. Por de pronto, quedó enteramente separada de la entrega procesional de ofrendas a que pertenecía primitivamente. Este aislamiento se acentúo cuando terminó por desaparecer la entrega procesional. Pero no suprimieron la oración, sino que la mantuvieron como reliquia venerable de la antigua liturgia romana.
Pero sufrió cambios notables en su forma exterior: se equiparó a las demás oraciones del ofertorio, recitándola en voz baja, convirtiéndola en cierto modo en una plegaria privada de uso particular del celebrante. Al mandar que la oratio super oblata se dijera en secreto empezó a llamarse “secreta”, obedeciendo a la tendencia de la abolida liturgia galicana a ocultar con el velo del misterio las oraciones después del ofertorio. Son tendencias que provienen de Oriente, donde se había manifestado ya en el siglo VI cuando, como ejemplo revelador, el emperador Justiniano en el año 564 prohibió que se rezase en voz baja la oración eucarística. Pero la tendencia existía. La misma tendencia que más tarde (siglos IX y X) llevó finalmente a la recitación en voz baja del mismo canon. Por eso, por rezarse en silencio la secreta lo mismo que el canon, empezaron a considerar dicha oración como principio de la oración eucarística, a pesar de que entre ambas estaba el prefacio, considerado también por entonces prólogo del canon.
Finalmente, con la reforma litúrgica de 1969 la secreta pasó a llamarse de nuevo “oratio super oblata”. Lo malo que es ahora debía coexistir con la oración sacerdotal después de las plegarias de los fieles y sin cumplir todo lo que la oración en sí misma suponía: llevar los fieles una ofrenda material al altar. Al menos en la práctica no siempre. Pero no es difícil aplicarla a nuestras ofrendas espirituales, que hemos de hacer todos, para pedir a Dios las bendiga antes que las ofrezcamos definitivamente con el sacrificio de Cristo en la consagración.
También encaja con nuestro ambiente el pedir la intercesión de los santos para pedir que nuestra ofrenda sea aceptable a Dios y, mejor aún, demandar la debida disposición al alma para ofrecer el sacrificio. Estas “oraciones sobre las ofrendas” se prestan a rezarlas con devoción pidiendo a Dios no sólo que acepte nuestros propósitos y sacrificios sino que del mismo modo baje sobre nosotros la plenitud de su bendición. Es el pensamiento de los “gloriosa commercia” que tantas veces encontramos en estas oraciones. La disposición en la segunda edición típica del Novus Ordo Missae de que los fieles ya estén en pie en el momento de recitarla me parece muy acertada, pues recuerda que fue en la antigüedad una oración de los fieles y sobre las ofrendas de los fieles. De esta manera en el Misal del 69 desaparece la “ekfónesis” aún vigente en el Misal del 62 que obliga a los fieles a ponerse en pie en el momento del “Per omnia saecula saeculorum. Amen” es decir, el precepto de levantarse en el momento en el que el celebrante levanta la voz a estas palabras (ekfónesis), procedimiento que se continúa usando por la razón arqueológica de conservar un poco el carácter de oración publica de la “secreta”. Al final en el misal del 62 esta “ekfónesis” constituirá un término medio entre dos tendencias, la conservadora y la abierta a nuevas concepciones y métodos. Aunque tan razonable solución acarrea un grave inconveniente: como a la ekfónesis “per omnia saecula saeculorum. Amen” le sigue inmediatamente el Dominus vobiscum del prefacio, incluso musicalmente unida a él, se borra así completamente la línea de separación entre el final del ofertorio y el comienzo de la plegaria eucarística, con la consiguiente paradoja de comenzar, en la práctica, el prefacio con una auténtica y característica fórmula final: “Por todos los siglos de los siglos. Amén.”
Próximo capítulo: "Idea, origen y evolución de la plegaria eucarística".
Extraído de Germinans Germinabit.
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