Con el “Dominus vobiscum” del prefacio se abre la Solemne Oración Eucarística y no se cierra hasta el “Per omnia saecula saeculorum. Amen” antes del Padrenuestro.
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La acción de gracias.
La acción de gracias.
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Para explicar el origen y la evolución de la plegaria eucarística debemos remontarnos hasta la última cena e incluso a las costumbres observadas por los judíos en sus cenas rituales.
Antes de comer el cordero en la cena pascual judía se servía una copa y luego un manjar de hierbas amargas y pan ázimo, recuerdo de las angustias sufridas cuando salieron de Egipto. Terminado este plato, se servía la segunda copa y el hijo de casa debía preguntar al padre de familia qué significaba aquello. Entonces, tomando la palabra el padre, narraba las miserias sufridas en el destierro de Egipto y cómo los judíos fueron liberados. En la narración había un momento en que, tomando el pan ázimo, el padre debía decir: “Este es el pan de miseria que comieron nuestros padres a la salida de Egipto”. Semejantes palabras dieron ocasión a Jesucristo para que, después de hablar no sólo de la esclavitud de Egipto, sino también de la del pecado y la redención que él traería al mundo, llamara la atención de los Apóstoles sobre el pan que tenía en las manos. Terminado en este relato (llamado Haggada) recitaban todos la primera parte del “Hallel”, o sea, los salmos 112 y 113 hasta el versículo 8, respondiendo los comensales a cada versículo con un aleluya.
Cumplidos estos ritos, Cristo como padre de familia, según la costumbre de comenzar la comida, tomó el pan, lo bendijo y lo distribuyó a los discípulos. Fue éste el momento solemne en que pronuncio las palabras que hoy usamos nosotros en la consagración.
Luego se tenía la cena, sin más ceremonias, en que se comía el cordero pascual. Al acabar Cristo, ateniéndose siempre a la costumbre judía, tomó una copa recién llenada, la elevó un poco e incorporándose dijo la acción de gracias. Era la tercera copa ritual, la llamada copa de la bendición. Esta vez todos debían beber de la misma copa, al contrario de la primera y la segunda, cuando cada uno tenía su propia copa. La acción de gracias le dio pie para pronunciar sobre ella las palabras: “Este es el cáliz de mi sangre…” A la bendición del cáliz siguió la segunda parte del Hallel y tras una nueva bendición solían beber la cuarta copa ritual que, muy probablemente se suprimió en la Última Cena.
Para explicar el origen y la evolución de la plegaria eucarística debemos remontarnos hasta la última cena e incluso a las costumbres observadas por los judíos en sus cenas rituales.
Antes de comer el cordero en la cena pascual judía se servía una copa y luego un manjar de hierbas amargas y pan ázimo, recuerdo de las angustias sufridas cuando salieron de Egipto. Terminado este plato, se servía la segunda copa y el hijo de casa debía preguntar al padre de familia qué significaba aquello. Entonces, tomando la palabra el padre, narraba las miserias sufridas en el destierro de Egipto y cómo los judíos fueron liberados. En la narración había un momento en que, tomando el pan ázimo, el padre debía decir: “Este es el pan de miseria que comieron nuestros padres a la salida de Egipto”. Semejantes palabras dieron ocasión a Jesucristo para que, después de hablar no sólo de la esclavitud de Egipto, sino también de la del pecado y la redención que él traería al mundo, llamara la atención de los Apóstoles sobre el pan que tenía en las manos. Terminado en este relato (llamado Haggada) recitaban todos la primera parte del “Hallel”, o sea, los salmos 112 y 113 hasta el versículo 8, respondiendo los comensales a cada versículo con un aleluya.
Cumplidos estos ritos, Cristo como padre de familia, según la costumbre de comenzar la comida, tomó el pan, lo bendijo y lo distribuyó a los discípulos. Fue éste el momento solemne en que pronuncio las palabras que hoy usamos nosotros en la consagración.
Luego se tenía la cena, sin más ceremonias, en que se comía el cordero pascual. Al acabar Cristo, ateniéndose siempre a la costumbre judía, tomó una copa recién llenada, la elevó un poco e incorporándose dijo la acción de gracias. Era la tercera copa ritual, la llamada copa de la bendición. Esta vez todos debían beber de la misma copa, al contrario de la primera y la segunda, cuando cada uno tenía su propia copa. La acción de gracias le dio pie para pronunciar sobre ella las palabras: “Este es el cáliz de mi sangre…” A la bendición del cáliz siguió la segunda parte del Hallel y tras una nueva bendición solían beber la cuarta copa ritual que, muy probablemente se suprimió en la Última Cena.
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Primeras modificaciones de este ritual.
Primeras modificaciones de este ritual.
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A las palabras sobre el cáliz, Cristo añadió el mandato de hacer en su recuerdo lo que él acababa de hacer. No era tan fácil interpretarlo puntualmente. De atenerse a ellas literalmente hubieran podido celebrar la eucaristía sólo una vez al año, como la misma cena pascual. Por esto es de suponer que tardarían algún tiempo hasta que, iluminados por el Espíritu Santo, comprendieron mejor el alcance de las palabras de Cristo. Es probable que, por de pronto, la celebración eucarística tendieran a juntarla con la cena que los judíos celebran con familiares y amigos en la vigilia del shabbat y que tiene carácter religioso. Fue la primera modificación que se introdujo. Pronto seguirían otras, como la de unir ambas consagraciones (pan y vino), y por consiguiente, también ambas acciones de gracias en una sola.
El marco exterior de celebrar la eucaristía durante una cena se conservó más tiempo, como vemos en Corinto, y que ya no se llamaba banquete sino “fracción del pan”, nombre enteramente nuevo (ver Hechos 2,42).
La propagación del cristianismo entre el mundo pagano contribuyó indudablemente de modo decisivo a que la eucaristía se separase de la cena. Los cristianos convertidos del paganismo no estaban acostumbrados a cenas religiosas y fácilmente podían degenerar. Esto no quiere decir que se suprimieran los “ágapes” para fomentar la unión entre hermanos y ejercer la caridad entre los pobres pero ya sin carácter eucarístico. Tenemos una primera noticia de la separación entre convite y eucaristía en una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano sobre un interrogatorio de los cristianos en la que cuenta que estos se reunían por la mañana a cantar un himno a Cristo y se comprometían a no cometer crimen alguno (confesión de los pecados antes de comulgar) para luego separarse y volverse a juntar de nuevo por la tarde para un ágape fraterno.
Ya formaba pues la celebración eucarística un acto independiente y con ello se desarrollaba un marco autónomo en el que se seguirá desarrollando y enriqueciendo cada vez más la Eucaristía.
Pero antes de seguir adelante en estudio de la historia de toda la plegaria eucarística, indiquemos los primeros trazos de esta evolución:
1º Destaquemos la sana contextura moral de los cristianos que empezaron a ver en las horas tempranas del amanecer, cuando despierta la naturaleza a nueva vida, un ambiente más propicio para la santidad litúrgica que no las horas, algo fatigadas, del crepúsculo vespertino. Recordaban que Cristo había resucitado antes del alba y pronto vieron en el sol naciente su símbolo. Además era costumbre entre los judíos celebrar sus reuniones religiosas por la mañana.
2º Al independizarse los primeros cristianos de las reuniones del culto judío para no someterse a sus leyes, tuvieron que organizar su propia liturgia de lecturas y oraciones y que era lógico que como apéndice glorioso pusieran la celebración eucarística. Como consecuencia de esto, la celebración eucarística adoptó la forma de una acción de gracias. Iba precedida de una exhortación y no tenía un texto fijado de antemano sino que estaba dejado a la inspiración del celebrante, aunque se servían de modelos más generales.
En los próximos capítulos, intentaré proceder a un breve estudio del prefacio y del canon romano aunque por su brevedad y porque resaltan con nitidez las ideas principales de la plegaria eucarística, reproduciré la anáfora de San Hipólito del siglo III (que por cierto, aunque se empeñase en afirmarlo mi “no-amigo” Bugnini y nuestro ínclitos Tena y Farnés, poco tiene que ver con la plegaria eucarística II del Novus Ordo Missae del 69).
A las palabras sobre el cáliz, Cristo añadió el mandato de hacer en su recuerdo lo que él acababa de hacer. No era tan fácil interpretarlo puntualmente. De atenerse a ellas literalmente hubieran podido celebrar la eucaristía sólo una vez al año, como la misma cena pascual. Por esto es de suponer que tardarían algún tiempo hasta que, iluminados por el Espíritu Santo, comprendieron mejor el alcance de las palabras de Cristo. Es probable que, por de pronto, la celebración eucarística tendieran a juntarla con la cena que los judíos celebran con familiares y amigos en la vigilia del shabbat y que tiene carácter religioso. Fue la primera modificación que se introdujo. Pronto seguirían otras, como la de unir ambas consagraciones (pan y vino), y por consiguiente, también ambas acciones de gracias en una sola.
El marco exterior de celebrar la eucaristía durante una cena se conservó más tiempo, como vemos en Corinto, y que ya no se llamaba banquete sino “fracción del pan”, nombre enteramente nuevo (ver Hechos 2,42).
La propagación del cristianismo entre el mundo pagano contribuyó indudablemente de modo decisivo a que la eucaristía se separase de la cena. Los cristianos convertidos del paganismo no estaban acostumbrados a cenas religiosas y fácilmente podían degenerar. Esto no quiere decir que se suprimieran los “ágapes” para fomentar la unión entre hermanos y ejercer la caridad entre los pobres pero ya sin carácter eucarístico. Tenemos una primera noticia de la separación entre convite y eucaristía en una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano sobre un interrogatorio de los cristianos en la que cuenta que estos se reunían por la mañana a cantar un himno a Cristo y se comprometían a no cometer crimen alguno (confesión de los pecados antes de comulgar) para luego separarse y volverse a juntar de nuevo por la tarde para un ágape fraterno.
Ya formaba pues la celebración eucarística un acto independiente y con ello se desarrollaba un marco autónomo en el que se seguirá desarrollando y enriqueciendo cada vez más la Eucaristía.
Pero antes de seguir adelante en estudio de la historia de toda la plegaria eucarística, indiquemos los primeros trazos de esta evolución:
1º Destaquemos la sana contextura moral de los cristianos que empezaron a ver en las horas tempranas del amanecer, cuando despierta la naturaleza a nueva vida, un ambiente más propicio para la santidad litúrgica que no las horas, algo fatigadas, del crepúsculo vespertino. Recordaban que Cristo había resucitado antes del alba y pronto vieron en el sol naciente su símbolo. Además era costumbre entre los judíos celebrar sus reuniones religiosas por la mañana.
2º Al independizarse los primeros cristianos de las reuniones del culto judío para no someterse a sus leyes, tuvieron que organizar su propia liturgia de lecturas y oraciones y que era lógico que como apéndice glorioso pusieran la celebración eucarística. Como consecuencia de esto, la celebración eucarística adoptó la forma de una acción de gracias. Iba precedida de una exhortación y no tenía un texto fijado de antemano sino que estaba dejado a la inspiración del celebrante, aunque se servían de modelos más generales.
En los próximos capítulos, intentaré proceder a un breve estudio del prefacio y del canon romano aunque por su brevedad y porque resaltan con nitidez las ideas principales de la plegaria eucarística, reproduciré la anáfora de San Hipólito del siglo III (que por cierto, aunque se empeñase en afirmarlo mi “no-amigo” Bugnini y nuestro ínclitos Tena y Farnés, poco tiene que ver con la plegaria eucarística II del Novus Ordo Missae del 69).
Próximo capítulo: "La anáfora de San Hipólito y su continuidad en el canon romano".
Extraído de Germinans Germinabit.
Extraído de Germinans Germinabit.
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