martes, 21 de julio de 2009

Liturgia Eucarística Romana: El “Quam Oblationem”.

Nos encontramos de nuevo en la sección más antigua del canon. Realmente así lo podemos suponer teniendo en cuenta que gramaticalmente forma una sola pieza con las palabras de la consagración. Es el último esfuerzo humano para llegar a las entrañas del misterio. Como tiene forma de petición, uno se puede preguntar qué es lo que pide exactamente.
Según el texto actual, que es el mismo que en tiempos de San Gregorio Magno, pedimos a Dios que se digne hacer que esta ofrenda sea en todo bendecida, admitida, aprobada, sobrenatural y grata, para que quede convertida en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Por de pronto, no conviene fijarse en cada uno de los atributos por separado, sino más bien en la relación que existe entre ellos como conjunto, y en el acto de consagración. Es decir, si lo que pedimos, es la perfección previa de los dones que exige la consagración o si pedimos sencillamente la misma consagración. En este segundo caso los atributos describirían ya la materia sacrificial como consagrada. El problema estriba pues, en si hemos de considerar en estos cinco atributos, la última preparación para la consagración o no. Es el problema básico de esta oración. El otro, el secundario, es el sentido exacto de cada uno de los atributos.
De atenernos puntualmente al texto actual, hemos de afirmar que pedimos la última preparación inmediata a la consagración. Pero contra esta interpretación tenemos un texto antiguo, cita del canon romano, que es conservado por San Ambrosio y además la circunstancia de que en tal caso faltaría en la liturgia romana una oración correspondiente a la que tienen los orientales y que se llama “epíclesis” a saber: la petición directa de que Dios intervenga en la realización del misterio de la consagración.
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El texto de San Ambrosio.
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En la cita del canon romano que San Ambrosio reporta en el libro IV del “De Sacramentis” la presente oración tiene efectivamente un sentido de ruego dirigido a Dios para que intervenga y obre la transubstanciación. El texto es como sigue: “Fac nobis hanc oblationem adscriptam, ratam, rationabilem, acceptabilem, quod figura est corporis et sanguinis Domini nostri Iesu Christi”. Como se ve comparando el texto, las diferencias están en que en lugar del “facere digneris” (te dignes hacer) se pone “fac” (haz) y en vez de “ut nobis fiat” (hágase para nosotros) se dice “quod figura est” (que es la representación). La primera diferencia no tiene importancia alguna. El interés se concentra en el haber cambiado el hecho (quod est) por el deseo (ut fiat). Si ponemos “quod est” , se afirma que todo el conjunto de los atributos señalan las materias sacrificiales como ya consagradas, mientras al decir “ut fiat” los atributos expresan un estado de las ofrendas inmediatamente anterior a la consagración, previo al misterio esencial.
¿Cuál es el sentido pues de nuestra fórmula actual confrontándola con la que San Ambrosio nos reporta?
Sencillamente el que la versión castellana ha traducido. Es decir, pedimos que las ofrendas sean bendecidas o sea que queden consagradas para que al serlo queden convertidas en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti, de manera que sea para nosotros Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor.
Hace falta subrayar que hay que interpretar esta oración como una petición de consagración al modo de la epíclesis oriental, es decir, invocando al Espíritu Santo para que descienda sobre los dones y los convierta con su poder divino en el cuerpo y la sangre de Cristo. La oración va dirigida al Espíritu Santo porque es Él el que continúa la obra de Cristo en la tierra tal como prometió el Señor a los Apóstoles como virtud iluminadora y sobrenatural que obrase en los sacramentos de la Iglesia. Por lo cual, ese “Oh Padre” , traducción caprichosa del “Deus” del original latino destroza todo el sentido de la oración que es una plegaria pneumatológica. El traslado del gesto de extender las manos sobre las ofrendas desde el “Hanc igitur” hasta el inicio del “Quam oblationem” subraya ese carácter pneumatológico.
Y el hecho de que lo sea no significa que la consagración tenga lugar en virtud de esta súplica al Espíritu Santo y no por las palabras de la institución. En el trágico cisma entre Oriente y Occidente, esta interpretación de la epíclesis es uno de los puntos principales que separa a los orientales de Roma.
Además es muy probable que en Roma, al menos por algún tiempo, se intercalara entre el “acceptabile facere digneris” y el “ut nobis” la siguiente frase de invocación al Espiritu Santo: “eique virtutem Spiritus Sancti infundere digneris” . Así aparece en un pasaje de una carta del papa San Gelasio I (Ep. Fragm. 7).
Próximo capítulo: "El sentido del misterio eucarístico (1ª Parte)”.
Extraído de Germinans Germinabit.

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