En el año 799 Carlomagno va a Roma para recibir de manos del Papa la corona del renovado Imperio Romano. Al acercarse a la Ciudad Eterna, el papa León III sale a su encuentro, le saluda con el “Gloria in excelsis Deo”, cantado por todo el clero que le acompaña. Terminado el canto, el Papa reza una colecta como oración final. Era el modo litúrgico de recibir fuera de las murallas de Roma al futuro emperador. Por este ejemplo, tomado de una época que debe considerarse aún el periodo clásico de formación de la liturgia romana, aparece que también el Gloria, cantado con toda solemnidad, exigía como conclusión una oración sacerdotal.
El Gloria no fue creado para la Misa. Su primer destino fue el de servir a los cristianos de oración matutina, o más en general, como himno de alabanza a Dios. Lo podemos comparar con el “Te Deum” que tiene el mismo origen y las mismas características. Son los dos himnos más antiguos, no sacados de la Sagrada Escritura, sino nacidos del fervor de los primeros siglos; restos de los llamados “psalmi idiotici”, es decir compuestos por los mismos cristianos. Creaciones en general sin arte, pero de un encendido fervor, datan de los tiempos más primitivos. En el siglo IV se levantó una fuerte corriente contraria a tales himnos. Testimonios de esa oposición quedaron reflejado en las actas del Concilio de Laodicea del siglo IV y del IV Concilio de Toledo del siglo VII, que prohibieron se cantasen himnos no inspirados por el Espíritu Santo. De esta prohibición se salvaron el Gloria, el Te Deum y el “Te decet laus”, así como algún que otro himno griego.
Del Gloria primitivo conocemos las siguientes redacciones: una siria, dos griegas (la de las Constituciones Apostólicas y la del códice Alejandrino de la Sagrada Escritura) y tres latinas, a saber, la del antifonario de Bangor, la del antifonario mozárabe de León y la de la liturgia milanesa.
Su incorporación en la Misa
La incorporación del Gloria en la Misa se debe a circunstancias de segundo orden. En primer lugar fueron sus primeras palabras, tomadas de Lucas 2,14, mensaje angélico de paz en el nacimiento del Salvador, las que dieron ocasión para que se cantara primeramente en la Misa de Medianoche de Navidad (o del Gallo). Así lo atestigua, y como costumbre antigua, el “Liber Pontificalis” escrito en Roma hacia el año 530. El mismo libro añade que el Papa Símaco (romano pontífice entre el 498 y el 514) permitió a los obispos entonarlo también en las fiestas de los mártires y todos los domingos. El Gloria pues, se cantaba solamente en las misas solemnes celebrada por el Papa o los obispos, con el fin de solemnizarlas más. Y esta norma prevaleció por muchos siglos. Pero cuando el rito romano pasa al norte de los Alpes, donde había pocas ciudades y por lo mismo pocos obispos, pero en cambio muchas aldeas y pueblos, son los sacerdotes que ejercían la cura de almas los que empiezan a sentir la necesidad de decir el Gloria en sus parroquias.
El camino que se siguió para implantarse fue el siguiente: Primeramente se permitió al simple presbítero cantar el Gloria en la mayor de todas las solemnidades, el día de Pascua de Resurrección. Todavía duraba esto durante el siglo XI, ya que el liturgista Berno de Reichenau se quejaba de que no se le permitiera al simple sacerdote cantar este himno el día de Navidad (Patrología Latina 142, 1058 ss) A fines de ese mismo siglo ya no se hace, en cuanto al Gloria, distinción alguna entre el simple sacerdote y el obispo. También es verdad que tales prescripciones no se observaban con mucho rigor en el territorio de los francos. Un documento del siglo VIII avisa que se suprima el Gloria durante la Cuaresma, lo que nos induce a creer que se decía las demás misas.
El sitio
El Papa entonaba este himno desde su cátedra, mirando hacia el pueblo. El simple sacerdote lo entonaba siempre en el lado de la epístola, como lo han continuado haciendo los cartujos en su rito propio hasta nuestros días. Más tarde por influencias alegóricas, empezaron a cantarlo en el centro del altar.
Aunque la sencillez y la recitación silábica de las primeras y más antiguas melodías del Gloria hacen pensar que el fue el pueblo quien cantaba este himno, no tenemos ninguna noticia en las fuentes más antiguas de que así fuese efectivamente. Eran los clérigos los encargados de su canto, que lo ejecutaban o cantando todos el texto íntegro o alternándole a dos coros. En Roma lo solía cantar la “schola”, institución de tan antigua tradición que bien merecía este privilegio.
Los “tropos”
También en el Gloria se introdujeron los tropos. El más difundido, también en España, era uno en honor de la Virgen que decía hacia el final: “Tu solus sanctus, Mariam sanctificans, Tu solus Dominus, Mariam gubernans, Tu solus Altísimus, Mariam coronans (Tu sólo el Santo, que santificas a María, sólo tu Señor que guías a Maria, sólo tu el Altísimo que coronas a María). A pesar de su antigüedad veneranda y su gran popularidad, fueron todos suprimidos en la reforma del misal de Pío V.
El Gloria no fue creado para la Misa. Su primer destino fue el de servir a los cristianos de oración matutina, o más en general, como himno de alabanza a Dios. Lo podemos comparar con el “Te Deum” que tiene el mismo origen y las mismas características. Son los dos himnos más antiguos, no sacados de la Sagrada Escritura, sino nacidos del fervor de los primeros siglos; restos de los llamados “psalmi idiotici”, es decir compuestos por los mismos cristianos. Creaciones en general sin arte, pero de un encendido fervor, datan de los tiempos más primitivos. En el siglo IV se levantó una fuerte corriente contraria a tales himnos. Testimonios de esa oposición quedaron reflejado en las actas del Concilio de Laodicea del siglo IV y del IV Concilio de Toledo del siglo VII, que prohibieron se cantasen himnos no inspirados por el Espíritu Santo. De esta prohibición se salvaron el Gloria, el Te Deum y el “Te decet laus”, así como algún que otro himno griego.
Del Gloria primitivo conocemos las siguientes redacciones: una siria, dos griegas (la de las Constituciones Apostólicas y la del códice Alejandrino de la Sagrada Escritura) y tres latinas, a saber, la del antifonario de Bangor, la del antifonario mozárabe de León y la de la liturgia milanesa.
Su incorporación en la Misa
La incorporación del Gloria en la Misa se debe a circunstancias de segundo orden. En primer lugar fueron sus primeras palabras, tomadas de Lucas 2,14, mensaje angélico de paz en el nacimiento del Salvador, las que dieron ocasión para que se cantara primeramente en la Misa de Medianoche de Navidad (o del Gallo). Así lo atestigua, y como costumbre antigua, el “Liber Pontificalis” escrito en Roma hacia el año 530. El mismo libro añade que el Papa Símaco (romano pontífice entre el 498 y el 514) permitió a los obispos entonarlo también en las fiestas de los mártires y todos los domingos. El Gloria pues, se cantaba solamente en las misas solemnes celebrada por el Papa o los obispos, con el fin de solemnizarlas más. Y esta norma prevaleció por muchos siglos. Pero cuando el rito romano pasa al norte de los Alpes, donde había pocas ciudades y por lo mismo pocos obispos, pero en cambio muchas aldeas y pueblos, son los sacerdotes que ejercían la cura de almas los que empiezan a sentir la necesidad de decir el Gloria en sus parroquias.
El camino que se siguió para implantarse fue el siguiente: Primeramente se permitió al simple presbítero cantar el Gloria en la mayor de todas las solemnidades, el día de Pascua de Resurrección. Todavía duraba esto durante el siglo XI, ya que el liturgista Berno de Reichenau se quejaba de que no se le permitiera al simple sacerdote cantar este himno el día de Navidad (Patrología Latina 142, 1058 ss) A fines de ese mismo siglo ya no se hace, en cuanto al Gloria, distinción alguna entre el simple sacerdote y el obispo. También es verdad que tales prescripciones no se observaban con mucho rigor en el territorio de los francos. Un documento del siglo VIII avisa que se suprima el Gloria durante la Cuaresma, lo que nos induce a creer que se decía las demás misas.
El sitio
El Papa entonaba este himno desde su cátedra, mirando hacia el pueblo. El simple sacerdote lo entonaba siempre en el lado de la epístola, como lo han continuado haciendo los cartujos en su rito propio hasta nuestros días. Más tarde por influencias alegóricas, empezaron a cantarlo en el centro del altar.
Aunque la sencillez y la recitación silábica de las primeras y más antiguas melodías del Gloria hacen pensar que el fue el pueblo quien cantaba este himno, no tenemos ninguna noticia en las fuentes más antiguas de que así fuese efectivamente. Eran los clérigos los encargados de su canto, que lo ejecutaban o cantando todos el texto íntegro o alternándole a dos coros. En Roma lo solía cantar la “schola”, institución de tan antigua tradición que bien merecía este privilegio.
Los “tropos”
También en el Gloria se introdujeron los tropos. El más difundido, también en España, era uno en honor de la Virgen que decía hacia el final: “Tu solus sanctus, Mariam sanctificans, Tu solus Dominus, Mariam gubernans, Tu solus Altísimus, Mariam coronans (Tu sólo el Santo, que santificas a María, sólo tu Señor que guías a Maria, sólo tu el Altísimo que coronas a María). A pesar de su antigüedad veneranda y su gran popularidad, fueron todos suprimidos en la reforma del misal de Pío V.
El siguiente capítulo: "La Colecta".
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